Es esa postura ridícula y misteriosa que nuestra mano (a veces las dos) adquiere sin quererlo cuando estamos concentrados en alguna actividad o simplemente cuando estamos ensimismados en la nada y que vista desde fuera se convierte en algo muy pero que muy gracioso. Me gusta llamarla también la postura de la mano anfibia o de la mano de trapo por aquello de su falta de coordinación y porque es lo más parecido a que las falanges nos abandonen y solo manden los nervios y tendones. Fijaos bien porque todos lo hacen y pocos se percatan, jeje.
lunes, 18 de febrero de 2008
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